lunes, 22 de septiembre de 2014

Historia de Andrés el agonizante

Andrés estaba decidido a decirle a esa muchacha, la que tal, todo lo que sentía, decidido a dar el paso e invitarla a salir, sentía miedo pero a la vez tenía una seguridad, de esas que se tienen muy pocas veces en la vida, de que todo saldría bien. Eso era, claro, si Andrés sobrevivía al balazo en el hombro derecho que lo tenía desangrándose en un quebrada. Primero lo primero.

Sin fuerzas ya para moverse Andrés se encontraba apoyado en un árbol bastante incómodo que por lo menos le daba sombra, había mucho sol pero el sentía frío, eso la aseguraba de debía estar agonizando, solo la muerte puede helarte la piel en una soleada tarde carabobeña. En los que asumía eran sus últimos instantes solo pensaba en ella, ella por supuesto se llamaba Victoria, la rubia de tetas como perfectas circunferencias, labios pintados siempre de rojo, ojos pequeños, nariz perfilada y atuendo perenne de franelas antiguas y desgastadas con el nombre de alguna banda o alusión a figuras de la cultura popular. No era su vida la que pasaba frente a sus ojos, era Victoria sentada comiendo su desayuno sin ninguna gracia o encanto particular, solo masticando con cara de sueño, fue entonces que Andrés supo cuán idiota era y se prometío que si por alguna improbable casualidad sobrevivía al tiro que le habían pegado lo primero que haría sería decirle cuanto le gustaba verla desayunar, cuanto le gustaba verla en general e invitarla a salir, así fuera para verla cenando para variar. Pensar en unas tetas cuando se está a punto de morir era la forma que tenía Andrés de expresar amor, aunque ni él lo entendiera muy bien.

Para el lector interesado es apropiado explicar porqué el joven Andrés Martínez estaba tirado en un árbol al lado de una quebrada fantaseando con una rubia que la verdad no era nada espectacular para el espectador objetivo, con una bala incrustada en el omoplato. Resulta que el sujeto en cuestión era, como se mencionó, bastante joven (26) y cargaba consigo toda la estupidez que los años quitan, esa estupidez lo había llevado a pensar que sería buena idea hacer un viaje Mérída-Valencia totalmente solo saliendo a las cuatro de la madrugada, lamentablemente todo terminó con un caucho espichado, un robo del vehículo justo cuando terminó de reemplazar el neumático y un tiro a quemaropa "pa que sea serio". Las fuerzas le habían dado para arrastrarse un poco por la carretera desierta hasta que la sombra de los árboles empezó a ser más tentadora que la vana esperanza de que pasara alguien que pudiera verlo y socorrerlo.

Mientras las hormigas le paseaban el cuerpo como si fuera un puente entre el tronco y el suelo sin que él pudiera hacer mucho. escuchó el sonido de un carro, el primero en veinte minutos, se ecuchaba muy cerca, cada vez más cerca, podía verlo. Era un LTD de unos 30 años  que se había salido deliberadamente del camino e iba muy despacio por el monte que llevaba a la quebrada, el carro se detuvo a unos 10 metros de Andrés, se bajó un hombre joven y moreno de cabeza rapada que se quedó observando al manojo de nervios que yacía tirado con un hilo de baba en la barbilla

-Aaayudame bro... me atracaron... mee e pegaron un tiro

El conductor del LTD no se inmutó, se dirigió a la maleta de su carro (muy bien cuidado por cierto), la abrió y saco de golpe a un tipo flaco, adolescente y amarrado con una mordaza improvisada. Lo tiró al suelo, sacó un revólver, lo apuntó a la nuca del individuo que intentaba gritar sin éxito y que lucía muy golpeado para al menos intentar correr y disparó, fin, muerto. Andrés sintió un mareo terrible, incluso peor que cuando él había recibido el tiro hace media hora, vio a Victoria con su franela de The Doors a su lado, le decía que quería besarlo, que quería irse de viaje a la playa, que quería dormir a su lado en el litoral...


-¿Chamo, quién es Victoria?
-Ah?
-Estás diciendo Victoria, y aquí solo estamos nosotros y el bicho este

El lugar de la rubia lo había ocupado el hombre con el revólver y Andrés rápidamente entendió que "el bicho este" era el cadaver que seguía emanando sangre sobre las hojas secas

-No es nadie, marico mátame y ya por favor
-¿Qué me interesa a mi matarte? yo vine a quebrar al panita, a ti ni te conozco, uno tampoco es un loco
-Te vi la cara
-Gran vaina
-Igual me voy a morir dentro de nada, no me queda nada de valor pero si no me vas a ayudar mátame
-¿Quién es victoria mamaguevo?

El asesino lucía divertido. A Andrés le sorprendió lo fácil que se le había hecho hablar después de presenciar aquella ejecución, como si hubiera dejado de perder sangre y solo le quedara la marca, igual decidió pensar sus próximas palabras, después de todo estaba hablando de ella con un tipo peligroso.

-Es en la persona que estaba pensando antes de que llegaras, alguien que voy a extrañar
-Marico, se lo puedes decir tú mismo

El tipo levanto a Andrés por un hombro, el que no tenía agujero de bala, y le llevo semiarrastrado al carro, lo alzó y lo metió en la maleta

-No voy a llevar a un carajo muriéndose en el asiento de atrás, huele a mierda porque el panita sudo mucho

El ángel guardíán en forma de asesino cerró la maleta y Andrés no pudo ver más nada, tampoco entendía. El tiempo pasó de forma incontable, La voz de Victoria se asomaba otra vez, al igual que el frío. Me debes un vino... Luz, demasiada luz. La maleta se abrió y antes de darse cuenta de lo que sucedía Andrés estaba tirado en el piso hirviendo, escuchó un carro arrancar de golpe, no supo mas nada.

Despertó desorientado en una habitación que no conocía, tardó un rato en entender que era un hospital, tenía el brazo vendado, estaba vivo, sentía calor. Pasó una enfermera y Andrés le pegó un grito que lo hizo sentir un dolor terrible por todo el cuerpo, la mujer de semblante amargado entró en la diminuta habitación

-¿Dónde estoy?
-En el centro hospitalario Padre Bermúdez
-¿Cómo llegué?
-Alguien te dejo tirado en frente, flaco
-¿Cuánto llevo aquí?
-No sé papá, no eres paciente mio. como 12 horas. Hay unos policias que te van a interrogar ahora que te despertaste.

Andrés estaba abotonándose la camisa recordando las interminables horas hablando con los pacos, les había mentido, nadie iba a creer el cuento del malandro salvador, les había dicho que se desmayó bajo el árbol y no sabía quién lo había llevado al hospital, tuvo que repetir mucho ese cuento. Terminó de vestirse con mucho cuidado por la herida y se dispuso a salir del apartamento, iba a buscar a Victoria, la rubia de tetas como perfectas circunferencias, la visión más deseada, el oasis del desangrado. Bendita Victoria y sus curvas, su aire de femme fatale y sus conversaciones de medianoche sobre filosofía cuando estaba muy drogada, bendito árbol en la mitad de la nada. Solo había necesitado morir para que fuera suya, a veces vale la pena, hay mujeres que merecen una bala o dos.

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