domingo, 23 de noviembre de 2014

La mejor hora para tomarse un trago es a las cinco de una tarde de diciembre valenciana. No es de día, no es de noche, es sólo el momento más mágico y maldito que puedes encontrar para servirte un vaso de lo que sea y beberlo sólo o con quién sea. Con la cobija de una brisa un poco fría que sutilmente, en cada arremetida, va simplificándote la vida, y todo eso mientras el sol ya se ha escondido y lo que queda es sólo la agonía de la luz que tenuemente fue apagándose hasta dejarte en ese limbo. Y entonces, cuando sientas que Johnny Cash te empieza a sonar de fondo, es el momento de mirar por la ventana, que te envuelva ese tenue manto oscuro, que la brisa fresca invada tu pecho y en medio de una mirada a ese vacío, llenes el tuyo con ese primer sorbo y que después vengan los demás, a las cinco de una tarde de diciembre valenciana.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Soy firme creyente de que todo lo que amamos nos va a dejar traumas en algún momento, y yo amo al cine.
Ayer fue Halloween, una de mis fiestas paganas favoritas, y aunque no terminó siendo así mi intención era dedicar el día (y la noche) a ver algunas de mis películas de miedo preferidas, lo que me puso a pensar, ¿por qué nuestra fascinación con asustarnos con lo que vemos en pantalla? lo obvio es decir que por la adrenalina, incontables veces hemos escuchado a un director decir que su película es "como una montaña rusa", y tiene sentido, pero creo que si de verdad amas el cine va más allá, se trata del arte de traumatizarnos, de buscar que una película te meta un coñazo en el hígado de vez en cuando.

Mi película favorita es La naranja mecánica, y no porque sea la mejor película que he visto o necesariamente la más entretenida, es la película que cuando niño no pude terminar, la que apagué y nunca le dije a nadie porque yo tenía estómago para ver todo. Una de las que intento ver siempre en Halloween es El exorcista, la culpable de la mitad de mi ansiedad infantil. En cierta forma soy como un adicto intentando repetir el rush que me dieron estas cintas cuando las vi hace 10 o más años. Los niños tienen el don de la búsqueda permanente de cosas que los aterroricen, con el tiempo nos vamos volviendo un poco más cobardes, nos gustan más las cosas seguras, arriesgamos menos porque sabemos más.

Tal vez ver filmes que nos asusten o que nos dejen marcas es una forma de ser niños otra vez, de conectarnos con ese lado de nosotros que disfruta ser retado, de intentar ir un poco más allá. Es la parte de la infancia de la que casi no se habla y tal vez de las más interesantes, al final el cine es un poco jugar a ser otro, a vivir en otro lado, el cine es extrapolar tu vida por dos horas, la película más profunda es en esencia un acto juvenil.

Para la próxima "noche de brujas" en vez de ver Annabelle o Saw 24 intenten ver cualquier película relativamente inocente que les haya traumatizado la infancia, la experiencia seguramente va a ser más emocionante, es más, intenten ver una película que los haya hecho sentir incómodos porque se identificaban con algo con lo que no querían identificarse. Ir al cine aún puede ser una experiencia visceral, si buscas no solo entretenerte.