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La noche y sus vericuetos, su brisa fría, sus tascas, sus jovencitas despechadas, sus prepagos indiscretas y sus muchachos tarados. John Céspedes se consideraba a si mismo "el cronista de la noche valenciana", un tipo que de adolescente y veinteañero había vivido y malvivido en muchas ciudades pero que desde hace un par de años se dedicaba a tocar el piano en un destartalado bar de la Avenida Bolívar que había fungido como burdel en tiempos mejores, actualmente era una especie de guarida donde iban chamos de clase media, clase media-baja a atragantarse de cerveza barata, jugar pool y controlar monte (por no decir que otras cosas).
A John le deprimía un poco en lo que se había convertido ese lugar, el emblemático "Bar de la coartada" fue alguna vez un antro de artistas y poetas borrachos, de putas con corazón de oro, de bandas desconocidas que solían ser las mejores, era en ese bar donde John se había enamorado por primera vez y donde le habían fracturado la nariz antes de salir de Venezuela en su primer gran viaje, ahora era solo una taguara con perpetuo olor a vómito y música decente. No era por nostalgia que John se amarraba a su piano tres noches a la semana, era por una mesonera de cabello moreno y caderas despampanantes llamada Liliana, él la amaba y ella a él, aunque nunca ninguno se molestara en decirlo o demostrarlo en demasía. Su relación se limitaba a cómodos silencios después que cerraba el bar, a interesantes conversaciones sobre nada durante las tardes y a los ocasionales polvos que se echaban cuando Liliana se sentía particularmente enamorada o vulnerable. "Si no fuera por ella ya yo no estaría aquí" pensaba John con frecuencia.
Era el último viernes de septiembre cuando todo cambió para el cronista de la noche valenciana, cargaba su saco azul, su sombrero a lo "mafioso de años 30", sus pantalones grises, su pipa de madera, sus cigarrillos, su cuaderno con un lapiz incluído donde anotaba ideas para canciones y su viejo revólver porque en los tiempos actuales salir de casa es un poco como ir a la guerra (la verdad es que John nunca había matado a nadie, apenas había sacado su arma tres veces en la vida, habiéndola disparado una sola) salió de su casa caminando a eso de las 7:30 y veinte minutos después estaba entrando al Bar de la coartada, hacía una fresca noche, la clientela se veía incluso algo interesante, parecía haber gente con historias que valían la pena para el cronista, lo único que no le sentó tan bien a John fue notar que Pedro Carmona, el cliente más asiduo de todos los clientes asiduos no ocupaba su mesa de siempre decorada con un tobo de Cerveza Zulia, en su lugar una joven pareja bebía cocteles a los que daban sorbos entre beso y beso. Era muy inusual la ausencia de Pedro Carmona, muy inusual.
John se sentó en la barra, pidió una Verde y encendio un cigarro, la pipa era para más tarde, igual que el whisky. Conversó un rato con Tomás, el barman, y luego con Liliana acerca del asesinato de un funcionario del gobierno, de fotografía y de precios por Mercado Libre, les preguntó a ambos por Carmona, nadie sabía de él pero nadie parecía preocupado, solo Johnny, quien no recordaba el último viernes donde en el público para el cual había tocado no estuviera Pedro.
Un poco antes de la medianoche se encendió "el piano más melancólico de Carabobo" como lo habían bautizado alguna vez en una pequeña reseña que había hecho un joven cliente para una revista hace algunos años. El set tuvo de todo, baladas de amor, rock, un poco de blues y un cover de una vieja canción llanera al estilo John Céspedes, luego se montó una banda nueva e indie que tocaba regular y que tuvo el detalle de saludar a John (pequeña leyenda musical valenciana) y de invitarlo a tocar con ellos una pieza, oferta que el pianista declinó pues implicaba volver a la guitarra eléctrica, tenía años sin tocar la guitarra. Mientras se bebía el segundo trago post-concierto en la barra, un hombre pequeño y calvo al que nunca había visto le pasó por el lado, se detuvo un momento y le susurró "veame afuera ya, hoy mataron a Pedro Carmona y necesito su ayuda" después salió del bar como si nada. John se quedó frío, paralizado, no estaba listo para una noticia de ese tipo ¿quién podría estarlo? y menos de parte de un desconocido ¿quién era ese carajo? ¿estaría diciendo la verdad? ¿de dónde lo conocía???.
Después de un minuto Céspedes recobró la compostura, se bajó el whisky de un sorbo y fingió normalidad para Liliana que lo veía raro. Se levantó y salió del bar.
2
Afuera solo estaba el calvo y dos amigos periqueandose con el peor intento de disimulo que John recordaba haber visto, el misterioso tipo les hizo señas a los chamos de que se perdieran con una autoridad bastante intimidante, por alguna razón los dos obedecieron
"¿Quién eres?" preguntó Johnny "y por qué coño estás diciendo que a Pedro Carmona lo mataron"
-Me llamo Víctor, conocí por mucho tiempo a Pedro y fui yo quien encontró su cadáver esta tarde cuando fui a visitarlo a su apartamento, un tiro en toda la frente
-Jamás escuché de ti, no tengo porqué creerte
-Jamás escuchaste de mi porque nunca hablabas con Pedro mas que el "cómo está la vaina", él si me hablaba bastante de ti y decía que eres un buen tipo, por eso vine a pedirte ayuda
-¿Y yo cómo puedo ayudar?
-Tú sabes que la policía jamás resuelve nada, es mas, seguro son panitas de los que lo mataron, pero tú eres el cronista de la noche Valenciana, conoces a todos, te sabes todas las historias y te sabes guardar los secretos, usa eso y ayudarme a vengar a nuestro amigo en común. Pedro siempre decía que eras callado pero que eras un amigo
-¿Cómo esperas que crea este cuento?
-Busca la sección de sucesos del Carabobeño en su página, ya debe estar allí, la policía llegó minutos después que yo, la habían llamado los vecinos que escucharon el disparo. Pedro tenía días paranóico, raro y mira como terminó. En algo malo estaba.
John se quedó en silencio pensando, incluso si lo que decía era verdad ¿cómo le constaba que no estaba hablando con el asesino de su amigo en ese momento? en qué peo se estaría metiendo
-Voy a averiguar si lo que dices es verdad, pero no confío en ti, no sé nada de ti ni tengo como comprobar que no estás mintiento
-volveré acá mañana por la noche, si decides confiar en mi podemos hablar, yo no puedo hacer mucho pero ayudaré como pueda, si no simplemente me tomó un trago y no me vuelves a ver
Dicho esto dio media vuelta y se perdió en la boca de lobo que era la avenida. John encendió su pipa y le dio dos patadas, acto seguido entró para encontrarse con una Liliana bañada en lágrimas con el celular en la mano mientras Ramón, un mesonero, la consolaba. Cuando vio entrar a Johnny solo dijo "Pedro" y no hacía falta decir más, Víctor no había mentido, al menos no sobre eso. "no soy un detective" pensó aquel asustado hombre de saco azul "soy un maldito pianista"
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