lunes, 9 de febrero de 2015

Crónica de urbanidad

Es raro un vagón de metro tan caliente en una ciudad tan fría, o tal vez sea lo más normal del mundo. Debería aclarar que la ciudad es fría para un tipo como yo, acostumbrado al calor del trópico y del nivel del mar, para otro el clima mexicano debe resultar más agradable. Siempre imaginé el metro del DF como un pequeño túnel abarrotado donde te pierdes entre la marea humana, pero creo que he estado en peores, lo verdaderamente grave es la temperatura, siento que me voy a sofocar.

Mientras viajamos de la estación Constituyentes a Polanco me siento de pronto más turista que nunca, un poco perdido. El ajetreo de los autobuses y las camioneticas (o como sea que les digan aquí) es uno al que no estoy acostumbrado en casa, a tantos kilómetros de distancia soy un peatón mas. Un viejo con una bandera del partido comunista grita consignas y me llama camarada, creo que me está ofreciendo unirme a su bando político, siento un leve desprecio injustificado por el viejo y a la vez me siento más "del pueblo" que de costumbre, el tener tanta hambre no ayuda.

Al salir de nuevo a la calle pega otra vez el frío, pero es una brisa agradable y doy gracias por ella. Ahora toca caminar trece cuadras o algo así de acuerdo al señor español al que le pedimos direcciones mientras le lustraban los zapatos, me gustaría lustrar los mios pero son deportivos. Todo el mundo se nota tan cómodo caminando la eterna avenida que conocen como la palma de su mano que la soledad se apodera de mí. Las grandes ciudades saben intimidar al extranjero.

Repetimos el ejercicio de vida urbana unos días después, esta vez es de noche, la avenida es Reforma y el frío es frío de verdad (soy el único sin idiota con manga corta). La gente camina con tanta tranquilidad después de que cae el sol que no pareciera estar en un país del tercer mundo, tal vez es la zona o tal vez así sean las cosas en casi todos lados. Mil metros, otros mil, ¿cuándo vamos a llegar a este maldito restaurante?. Finalmente entramos en una taquería bastante autóctona y como en exceso, ya es más de medianoche. Con los platos vacíos acabo mi segunda cerveza mientras de fondo suena alguna ranchera que no conozco (en este país los estereotipos abundan, pero resultan simpáticos), veo en las paredes mensajes que han ido dejando personajes famosos que fueron comensales en algún momento, yo no sé quienes serán


Retomo este texto varias semanas después, ya hace varios días que estoy de vuelta en Venezuela. No alcanzo a saber si tiene algún tipo de valor para el lector pero igual lo voy a publicar. De nuevo en el trajín de la rutina siento nostalgia por las avenidas eternas, el frío y los estereotipos. Es rara la vida, allá me encuentro extrañando estar aquí y aquí extraño estar allá, cuánta infoncormidad, será propio de la juventud. A menudo me encuentro pensando en cómo uno siempre quiere lo que no puede tener y en cómo no hay mejor lugar que el que en el que no se puede estar. A lo mejor solo necesito un tequila.

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