domingo, 31 de agosto de 2014

Hoy me levanté como ya es común todos los fines de semana, con un dolor de garganta y una sed insoportable. Allí tirado en la cama uno es más vulnerable que nunca, a merced de cuanto recuerdo y pensamiento haya querido infiltrarse en el subconsciente a través de algún sueño que no recuerdas bien, pero que como si fuera alguna comida, te deja un sabor agridulce en la mente. Y piensas, porque es la hora de pensar, porque la noche anterior estabas tan vuelto mierda que a duras penas pudiste trepar la cama, mucho menos pensar en algo que no fuera el mareo, las nauseas, la alegría pasajera o las ganas que tienes de comerte una pizza que seguro vomitarías si pudiera materializarse en ese momento. Entonces el despertar suplanta el acostarse y la cabeza te tiembla de pensamientos que estuviste bloqueando mientras la pasabas bien (o mal) con gente muy genial que nunca sabrá cuanto la estimas porque uno es hombre y es estúpido y jamás le dice a la gente las cosas buenas que hace por ti. Ese collage de pensamientos te paraliza, no te quieres levantar, no quieres salir, el mundo es un lugar demasiado abrumador, pero... sientes hambre, y una vez más eres víctima de los más básicos instintos, así como la noche anterior las ganas de cogerte un culo y estar acompañado de tus amigos te sacaron de tu casa, en la mañana es el hambre o las ganas de orinar lo que te da el impulso de pararte y dejar el refugio, dejar el subconsciente, aunque tardas en estar del todo despierto y tardas en perder la sed y el dolor de garganta, tardas en que tu voz deje de sonar ronca. Eventualmente todo pasa y vuelves a ser una persona funcional, eres un poco menos frágil, pones los pies en la tierra y vives tu día, con todas las maravillosas posibilidades que eso implica, interactuas con gente que puede hacerte bien o hacerte mal. Pero todo es un círculo vicioso y vuelvo la siguiente semana (hoy) a levantarme en la misma situación, un deja vu de un deja vu, todo es en extremo familiar y novedoso a la vez, sientes que no estás haciendo nada útil con tu vida, ya estás viejo para ir todas las noches buscando quién sabe qué, ya deberías estar haciendo cosas que valgan la pena y siendo un miembro productivo de la sociedad, pero eres esclavo del círculo, de las nauseas y el mareo. Qué queda? pues no sé muy bien que queda, cambiar supongo, todos podemos cambiar aunque de fobia. Entonces llega, un pensamiento bastante reconfortante te da una patada en el culo y te tumba de la cama: he hecho cosas que valen la pena, he hecho cosas buenas por otras personas, he tenido momentos que serán perdurables en lo pasajero, he vivido fuera del círculo y fuera del círculo se vive mejor (como en la cuarta) he hecho pequeñas, adorables y perdurables cosas, pero hay que dar el paso, hay que pararse y cepillarse, tomar agua y hacer algo distinto, rompe el círculo, rompe la rutina, lo has hecho mil veces, deja de arrastrar veinte maletas...no es del todo mala esta vida, de hecho es divertida, pero ya es hora de buscar algo más, algo que no encuentras en el fondo de las botellas, voy  a pasear el parque por la mañana, así empiezan siempre los momentos de iluminación

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